En los años 70 la socióloga Diana Crane estudió los patrones de comunicación y trabajo en ciencia y descubrió que, normalmente, el número de científicos que trabajan en una línea determinada es realmente pequeño. Según Crane los científicos que en todo el mundo investigan en un tema concreto suelen conocerse entre sí, y están al corriente de los trabajos respectivos. Crane definio a este grupo como "Colegio Invisible".
Así sucedió a finales de la priemera mitad del siglo XVIII en Inglaterra. Allí nació uno de estos colegios invisibles cuando empezaron a reunirse semanal e informalmente en Londres -ocasionalmente en Oxford- un grupo de cultivadores de lo que entonces se denominaba "filosofía experimental" y cuyas primeras discusiones, según se asegura, tenían como base los escritas de Francis Bacon.
Bacon, otro personaje a caballo entre el misticismo, la religión y la modernidad, aspiró nada menos que a refundar la ciencia alejándose de la clásica filosofía escolástica, que basaba su conocimiento de la verdad en criterio de prestigio y autoridad de los antiguos maestros. Así pues, el principio más destacado que expone en su Novum Organum marca una diferencia abismal con el pasado. Para validar una teoría científica ya no bastaba un alto número de observaciones redundantes. Las afirmaciones necesitan ser examinadas, probadas o refutadas experimentalmente. Un sistema básicamente calcado a la ciencia moderna. Estos cientificos, muchos de ellos masones impulsan la creación de la Royal Society, una de las sociedades científicas más prestigiosas del mundo.
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