domingo, 1 de junio de 2014

La tragedia de los comunes



La “tragedia de los comunes” es una especie de parábola que apareció por primera vez en un folleto escrito en 1833 por un matemático llamado William Foster. Cuenta la historia de un grupo de pastores que utilizaban una misma zona de pastos. Un pastor pensó que podía añadir una oveja más a las que pacían en los pastos comunes, ya que el impacto de un solo animal apenas afectaría a la capacidad de recuperación del suelo. Los demás pastores pensaron también, individualmente, que podían ganar una oveja más sin que los pastos se deteriorasen. Pero la suma del deterioro imperceptible causado por cada animal arruinó los pastos, y tanto los animales como los pastores murieron de hambre.

Este dilema fue retomado por  Garrett Hardin en 1968, y publicado en la revista Science. Hardin utiliza el ejemplo para analizar la relación entre libertad y responsabilidad. A pesar de que su trabajo ha sido duramente criticado por otros autores (Carl J. Dahlman y Partha Dasgupta),  la publicación del mismo dio comienzo a un amplio debate acerca del análisis del comportamiento humano en las áreas de economía, psicología, teoría de juegos, política, sociología, etc.

Es necesario tener presente que, tal como otros antes que él (por ejemplo: Thomas Malthus y el mismo William Forster Lloyd), Hardin estaba principalmente interesado en el problema de la sobrepoblación. Teniendo esto en consideración se puede sugerir que el problema estaría quizás ejemplificado más claramente si se concibiera, en lugar de un número dado de pastores que incrementan su ganado, un incremento del número de pastores —producto del crecimiento demográfico— todos ellos con los suficientes animales como para mantener a sus familias. Si bien en ambos casos finalmente se llega al punto en el que la capacidad del pastizal para proveer mantenimiento es sobrepasada, el segundo caso enfatiza el aspecto sobre el que Hardin desea atención: no importa cual sea el recurso que interese, el crecimiento de la población finalmente fuerza primero a imponer controles sobre su uso y, más tarde, sugiere Hardin, sobre el número de personas que pueden aspirar a vivir en ese hábitat. Sin embargo el ejemplo de Hardin tiene la ventaja que resalta otro aspecto que él busca enfatizar: la fuerza de la racionalidad económica. Cada pastor encuentra conveniente aumentar el número de sus animales aún cuando sepa que eso impone costos adicionales sobre la comunidad: él obtiene los beneficios del uso extra mientras que el costo es compartido o recae mayormente sobre otros. En su ensayo, Hardin se concentra en el uso de recursos naturales extensos pero limitados (tales como la atmósfera y el océano) pero al mismo tiempo lo contrasta con el concepto de «comunes negativos» (polución, etc.) argumentando que la falla de solucionar el problema del uso racional restringido de recursos comunes conlleva la introducción de costos comunes.

Para Hardin, el centro del asunto trata de la relación estructural o institucional (legalizada) entre los principios de libertad, responsabilidad y necesidad y el mal uso —abuso y demanda sin límites o restricciones (exceso de derechos de uso o ausencia de derechos de preservación)— sobre los recursos naturales, mal uso en general debido u ocasionado por el crecimiento de la población y cuya solución se encuentra en la restricción incremental de algunos derechos o libertades (últimamente, el derecho a reproducción).

En la sociedad moderna, los “comunes” son los bienes públicos, accesibles para todos los miembros, incluidos aquellos que no han contribuido a su producción ni a su conservación. Hablamos del aire puro, el agua, las especies vegetales, las fuentes de energía o los recursos pesqueros. A simple vista podríamos pensar que cualquier miembro de la sociedad podría abusar de estos recursos sin que se observen efectos importantes. Pero la realidad es que nuestro papel individual no es en absoluto insignificante si se suma a las acciones de otros individuos. 

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