Alberto Magno (Lauingen, Baviera, 1193/1206 – Colonia, 15 de noviembre de 1280) fue un destacado teólogo, filósofo y figura representativa de la ciencia medieval.
Estudió en Padua, donde tomó el hábito de Santo Domingo de Guzmán y profundizó en el conocimiento de la filosofía aristotélica, y en París, doctorándose en 1245. Enseñó en algunas de las pocas Universidades (Hildesheim, Friburgo de Brisgovia y Estrasburgo) que existían en ese momento en Europa, también desempeñó su trabajo en distintos conventos a lo largo de Alemania.
En la universidad de París tradujo, comentó y clasificó textos antiguos, especialmente de Aristóteles. Añadió a estos sus propios comentarios y experimentos, aunque Alberto Magno no veía los experimentos como lo verían luego los fundadores de la ciencia moderna y en especial Galileo Galilei, sino que en su opinión la experimentación consistía en observar, describir y clasificar. Este gran trabajo enciclopédico sentó las bases para el trabajo de su discípulo Tomás de Aquino. También trabajó en botánica y en alquimia, destacando por el descubrimiento del arsénico en 1250. En geografía y astronomía explicó, con argumentos sólidos, que la tierra es redonda.
Durante su estancia en París, la concurrencia de estudiantes a sus clases fue tan grande que tuvo que enseñar en la plaza pública, que lleva su nombre, la Plaza Maubert, "Magnus Albert".
Durante su estancia en París, la concurrencia de estudiantes a sus clases fue tan grande que tuvo que enseñar en la plaza pública, que lleva su nombre, la Plaza Maubert, "Magnus Albert".
En 1259 ó 1260, fue ordenado obispo de la sede de Ratisbona, cargo que dejaría poco después habiendo remediado algunos de los problemas que tenía la diócesis. En 1263, el Papa Urbano IV aceptaría su renuncia, permitiéndole volver de nuevo a la vida de comunidad en el convento de Wurzburgo y a enseñar en Colonia donde llegó a ocupar el puesto de Rector.
Murió a la edad de 87 (o 74) años, cuando se hallaba sentado conversando con sus hermanos en Colonia. Antes había mandado construir su propia tumba, ante la que cada día rezaba el oficio de difuntos. Está enterrado en la cripta de la Iglesia de San Andrés, en Colonia.
Sus obras, recogidas en 38 volúmenes, fueron publicadas en Lyon en 1629, y versa sobre las principales ramas del saber humano accesibles a la razón natural: la lógica, la metafísica, las matemáticas, la ética y las ciencias naturales. La figura de Alberto Magno y la de Rogelio Bacon se destacan en el campo de las ciencias naturales, cuya finalidad, según dice el santo, consiste en "investigar las causas que operan en la naturaleza". Algunos autores llegan incluso a decir que San Alberto contribuyó aún más que Bacon al desarrollo de la ciencia. En efecto, fue una autoridad en física, geografía, astronomía, mineralogía, alquimia (es decir, química) y biología, por lo cual nada tiene de sorprendente que la leyenda le haya atribuido poderes mágicos. En sus tratados de botánica y fisiología animal, su capacidad de observación le permitió disipar leyendas como la del águila, la cual, según Plinio, envolvía sus huevos en una piel de sorra y los ponía a incubar al sol. También han sido muy alabadas las observaciones geográficas del santo, ya que hizo mapas de las principales cadenas montañosas de Europa, explicó la influencia de la latitud sobre el clima y, en su excelente descripción física de la tierra demostró que ésta es redonda.
Dice Gilson que, “si la característica del pensamiento moderno es la distinción entre lo que es demostrable y lo que no lo es, fue en el siglo XIII cuando se fundó la filosofía moderna, y fue con Alberto Magno con quien tomó conciencia de su valor y de sus derechos al limitarse a sí misma”. A los misterios (Trinidad, Encarnación, Resurrección, etc.) los conocemos gracias a la Revelación, sin ella la razón no podría haberlos alcanzado. Tampoco puede la razón demostrar la eternidad o la no eternidad del mundo.
El hombre es un compuesto de cuerpo y alma. Respecto del alma humana, considera que no se la debe definir como la forma del cuerpo, ya que ser forma del cuerpo no es su esencia sino su función, y definirla como forma puede llevarnos a perder de vista su substancialidad: “En sí misma es ella, como dice Platón, espíritu incorpóreo y siempre vida.” El alma es una substancia intelectual y ser forma del cuerpo es una de sus funciones. Además, Alberto afirma que cada alma tiene su propio entendimiento agente y su propio entendimiento pasivo, oponiéndose en este punto a Averroes; y que cada una constituye en sí misma un sujeto y no es, por tanto, un universal individualizado por su cuerpo, como lo son las formas.
Sobre el tema de los universales distingue, anticipando con ello a Tomás, los universales ante rem, in re y post rem. El universal se encuentra en primer lugar en el entendimiento divino, antes de que existan las cosas; las ideas divinas son anteriores a las cosas e independientes de ellas (ante rem). Al crear, Dios plasma en la materia distintas formas, imágenes de sus ideas universales. Aquí nos encontramos ya con el universal en las cosas (in re). El individuo es una concreción de una idea universal divina. Y así el universal, además de ser causa del ser de la de la substancia individual, es causa de su inteligibilidad. Al conocimiento humano le corresponde transformar ese universal in re en un universal post rem, liberándolo de la materia en que se encuentra concretado y retornándolo a su condición universal primera, sólo que ahora como idea de la mente humana.
Alberto no considera válida la demostración de la existencia de Dios de Anselmo (argumento ontológico). Sus pruebas parten del mundo exterior y se elevan hasta Dios por el Principio de Causalidad. Pero la prueba que le es más propia, más que aristotélica es agustiniana-dionisiana, y se eleva hasta la primera causa por la serie ascendente de los intelectos (iluminación).
fuente: Wikipedia
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