domingo, 31 de enero de 2010

Un Nobel para el amigo de los parias

(tomado de El País 31/01/2010, 26/07/2009 y 20/06/1998)
Vicente Ferrer, el amigo de los parias, dedicó 55 años de su vida a trabajar por y con los más pobres de India. Su muerte en junio del año pasado fue un mazazo para sus miles de seguidores (o amigos). Porque Ferrer era una institución en el subcontinente. En Anantapur, una región árida y paupérrima con elevados índices de analfabetismo,trabajó sin descanso durante cuarenta años. Puso en marcha hospitales, escuelas, pozos y caminos para mejorar la vida de los desposeídos, los dálits (intocables).

Previsor, no quiso que su muerte dejara su tarea inconclusa. Su legado quedó en manos de la Fundación que lleva su nombre. Es a la que, a modo de homenaje, y como ayuda económica importante, se quiere galardonar con el premio Nobel de la Paz 2010. La candidatura cuenta con avales de prestigio, empezando por el ex presidente español Felipe González, el de Chile Ricardo Lagos, el chef Ferran Adrià, los alcaldes de las ciudades españolas donde la fundación tiene legación (Alicante, Barcelona, Bilbao, Madrid, Palma de Mallorca, Sevilla y Valencia), grupos parlamentarios y medios de comunicación (...).

El proyecto prepara una web, http://www.nobeldelapaz.org/ que con el lema de Ahora, el Nobel, quiere reunir apoyos y explicar el proyecto. Esta página estará disponible el 10 de febrero. Pero antes, el lunes 1 de febrero, se presentará oficialmente, antes de enviarla al Parlamento noruego, que es el que concede este Nobel (a diferencia del resto que son otorgados por las academias suecas).

Vicente Ferrer, el hombre que llevó el agua y la solidaridad (El País 20/06/1998)

Barcelonés, nacido en 1920, ingresó en la Compañía de Jesús en 1944 y fue a la India en 1952. El Gobierno indio le expulsó en 1968, pero las manifestaciones populares obligaron a readmitirlo, si bien sólo pudo instalarse en Andhra Pradesh, un Estado muy pobre. Fue excluido de los jesuitas tras casarse en 1970. Su tarea se vincula al aprovechamiento del agua. Ha lanzado el método de la "hermandad concatenada" que fomenta la solidaridad entre campesinos.

El 'dios' al que se podía tocar (El País 26/07/2009)

Si un buen día de 1969, Vicente Ferrer no hubiese caído por Anantapur, ahora, al pequeño Elapa, nadie le conocería por su nombre. Ése precisamente era su sueño: que la gente le conociera por su nombre y no como el cegato del pueblo. Justo como les pasaba a sus amigos Made, Tipesuami o Rakavendra, los más listos del patio, ganadores de concursos de preguntas y respuestas a la manera de los quiz shows. Lo mismo les ocurre a los niños que sister Agnes estimula en la escuela de Kureru para que su parálisis cerebral sea más llevadera. Si el padre Ferrer no hubiese parado y montado su campamento en aquel lugar perdido del mundo, nadie les llamaría Vijaya, Vinay, Nivedita, Gririja o Sandya. Serían los bobos, los retrasados, los tullidos, la escoria del barrio. Ni por asomo 13 de ellos habrían acabado integrados en la escuela pública, y por supuesto, nunca, jamás, nadie les conocería por su nombre.

Como la fortuna es caprichosa y cambia los destinos de la gente por las leyes de azar, si Indira Gandhi no se hubiese empeñado en que Vicente Ferrer volviera a la India después de haber sido medio expulsado de Mumbai por enseñar a subsistir a los campesinos, hoy Anantapur, la región de Andra Pradesh más seca del país tras Rajastán, sería un desierto sin futuro. Una tierra yerma, árida, dramáticamente sedienta de agua, a expensas de dar o no dar cacahuetes dependiendo de las lluvias, y no un lugar donde hoy se cultivan mangos, bananas, naranjas, melones, tomates, judías, granadas, chiles, sapotas y cereales.

Sería un bardal sin vida y no con buenos partidos adonde algunos jóvenes de zonas periféricas acuden ahora a buscar novias dálits,de castas intocables. Hasta allí bajan mozos de Kurnool, Cuddapah o Chittoor por el mero hecho de que ellas vivan en esos pueblos donde actúa la Rural Development Trust (RDT), la Fundación Vicente Ferrer, para los españoles. Al menos estarán más sanas y tendrán buenos estudios. Quizá, con el tiempo, consigan una casa que la organización pondrá a su nombre, o una buena vaca a base de esos créditos que dan en losshangams (asociaciones de mujeres). Con eso y un poco de suerte comerán decentemente.

La providencia. Ésa es una de las palabras clave para entenderlo todo. Uno de los motores en la vida y el ánimo de este hombre que consagró su tarea a demostrar que la pobreza podía ser erradicada de la faz de la tierra. Sin hipocresías, sin dobles baremos, sin excusas. Con un paciente y eficiente desarrollo. Con una ideología propia, sencilla y contundente. La única que según él no creaba divisiones ni discusiones bizantinas: la ideología de la acción. Eso y la providencia, cosa indefinible que, según su hijo Moncho, era algo así como 50% trabajo y 50% suerte, llevó un buen día a Vicente Ferrer a Anantapur cuando todavía vestía hábito de jesuita.

Había nacido el 9 de abril de 1920 en Barcelona. Sus padres, recién llegados de Gandía, revendían alimentos en un humilde comercio. Eran cuatro hermanos. Anarquista y simpatizante del POUM, a los 16 años entró en el bando republicano. Participó en la batalla del Ebro, aunque siempre presumió de no haber disparado un solo tiro. También por aquella época, sintió la vocación espiritual. Pero cuando vio que la burocracia y la jerarquía suponían un impedimento para lo que quería hacer, abandonó.

En 1969 llegó a Anantapur acompañado de otros seis visionarios, de sus amigos incondicionales Tony y Flavia Fernández, del mítico señor Pereira y del buen Mahadeo. Y de una periodista inglesa que dejó su empleo en el Current, un diario de Mumbai, para seguirle a él: Anna Perry, se llamaba, y acabaría siendo su esposa. Aterrizaron allí con el único objetivo de salvar al mayor número posible de personas de la pobreza, la marginación y el hambre. Llamados a cambiar el mundo, al menos ese mundo.

Si después de llegar Vicente Ferrer y sus seis apóstoles se hubiesen sentido intimidados por las pintadas que les colocaban en las paredes de Emma Bungalow, la choza en la que dormían, no habrían terminado construyendo 3 hospitales, ni desarrollando 2.291 pozos y varios pantanos, ni construyendo cerca de 35.000 viviendas en la zona, ni atendiendo a enfermos de sida con un centro específico. Si se hubiesen arrugado y caído en la trampa de quienes les invitaban con esas pintadas a volver sobre sus propios pasos -"Ferrer go back"-, no hubiesen plantado más de 2,5 millones de árboles, ni creado esos 4.338 shangams de mujeres, con sus créditos, con sus programas de educación, sanidad y nutrición, con sus acciones solidarias cuando cualquiera de ellas recibe una paliza, o es repudiada, o no ve una rupia porque su marido decide que la prioridad del gasto en casa es el juego o el alcohol.

Si las acciones intimidatorias del gobernador de la región en aquella época hubiesen surtido efecto; si sus encarcelamientos sin razón, sus presiones, su odio hacia el gran misionero le hubiesen hecho rendirse, Anantapur hoy no sería Anantapur. Se habría convertido en la región fantasma que los expertos pronosticaban vacía en 50 años a partir de los setenta, sin los 4 millones de personas que la pueblan ahora, sin los 2,5 millones que en el presente se benefician de los programas que pusieron en marcha esos locos irredentos, esos quijotes sin armadura, esos soldados de la guerra pacífica que estaba llamada a comenzar.

A los insultos y amenazas respondieron con otro mensaje: "Espera un milagro". Lo escribieron en la puerta del cobertizo hecho con cañas de bambú. Y el milagro llegó.

Porque Vicente Ferrer -premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1998- no estaba llamado a fracasar. La providencia le había designado otras funciones: convertirse en el gran símbolo de la cooperación internacional, en un visionario empeñado en el cambio radical y la revolución silenciosa. No sólo en un santo. Poca cosa para figura tan grande. Vicente Ferrer fue, es, seguirá siendo para los suyos mucho más. Lo dice Sheeba, que le conoció de niña y hoy acompaña como traductora por todos los rincones de Anantapur, a quien por allí se pasa a contemplar su obra: "Él era el dios que podíamos ver, el dios que podíamos tocar".

¿Exageran? Según nuestra forma de ver las cosas, probablemente. Según la suya, no. No porque la mayoría se haya formado en creencias politeístas. Sino porque nunca nadie les había cambiado directamente la vida de esa forma. Así que cuando los habitantes de Anantapur hablan así de Vicente Ferrer no pronuncian palabras huecas, ni confesiones vacías. No sorprende que poco más de una semana después de su muerte, sus habitantes todavía le lloren, que si les preguntas por él, rompan con lágrimas.

Le pasa a Saimatha, enfermera en el hospital de Bathalapalli, el mayor de los tres que la fundación ha construido en la región, además de 14 clínicas rurales. Ella fue niña apadrinada, hoy vive en el campus del hospital con su familia y no puede evitar emocionarse cuando se le menciona a Ferrer. A Father, como le llaman muchos de ellos. "Primero está Jesús, luego el padre Ferrer y después mis propios padres. Él me dio otra vida. Tenemos que trabajar mucho para cumplir su ambición", comenta Saimatha.

No hay duda. La papeleta sin él al frente es dura. Pero Anna Ferrer sabe lo que tiene que hacer. Ella construyó toda esta ingente obra codo con codo con su marido, como relata en su libro Un pacto de amor (Espasa). Ferrer era el visionario. Anna ponía el sentido práctico. Él se comprometía a hacer sin pensar en los recursos. Ya saben: "Dios proveerá". Uno de sus lemas de cabecera. Luego, Anna, ayudaba a conseguirlos. La siguiente generación está asegurada. Su hijo Moncho, el segundo de un matrimonio del que también nacieron Tara y Yamuna, lo lleva en la sangre y vive completamente comprometido con el proyecto. Al fin y al cabo, él es, como dice su madre, "un coco del revés". Vino al mundo allí. Así que es blanco por fuera, indio por dentro.

Pero el de la RDT representa un trabajo sin descanso, sin meta. Tuvo un comienzo, pero no un final. Es como un ser vivo. Los Ferrer y sus colaboradores montaron un Estado donde no llegaba ni existía el propio Estado. Pero un Estado al que no mueven las ambiciones políticas ni la lucha por el poder. Ésa era la diferencia que marcaba Ferrer. Una diferencia que su hijo ha aprendido e interiorizado. Un Estado con iniciativas y experimentos pioneros en muchas cosas que después los Gobiernos aplicaban en otras partes del país.

Así lo reconocieron miembros del Gobierno en su funeral, como recuerda Sagara Murthy K., responsable de vivienda de la organización. Eso es, ni más ni menos, el proyecto de cooperación más ambicioso de la India en estos momentos. Vicente Ferrer empezó enseñando a los campesinos que debían arar y sacar provecho a sus propias tierras. Lo consiguió incluso con el beneplácito de los terratenientes que necesitaban mano de obra barata. Quedaron convencidos a base de una fascinante diplomacia, la que según sus colaboradores le había quedado intacta de su época en la Compañía de Jesús. Después, a quienes no tenían nada, les dio educación, les construyó hospitales. Luego, con esas pruebas en las manos, con resultados palpables, atacó un gran cambio de mentalidad. Una transformación radical cuyo objetivo es erradicar la desigualdad y la marginación.

Los proyectos de Educación, Ecología y de la Mujer son buena prueba. Chandra Sekhar Naidu D, encargado del programa en colegios, lo cuenta desde el principio. "Cuando empezó el proyecto, en los años setenta, lo más urgente era convencer a los dálits de que llevaran a sus hijos al colegio. El 90% de ellos no lo hacían", asegura Chandra. Pero lo más grave es la razón. "No creían que tuvieran derecho a la educación. Pensaban que eran privilegios de otras castas".

Debían comenzar paso a paso. Pueblo a pueblo, con las sandalias puestas, como Vicente Ferrer recorrió la zona. "A los tres años, convenciéndoles y dándoles incentivos como un programa de nutrición y material escolar, conseguimos que el 90% fuera al colegio. Dimos el vuelco". Pero poco después se encontraron con otro problema. "Poco después les sacaban para ponerlos a trabajar, así que la segunda fase del experimento consistió en convencerles de nuevo para que continuaran". Hoy animan a miles de niños a ir a la escuela pública y apoyan sus estudios con cuatro horas extra de clase en 1.500 centros.

La situación es más estable ahora porque otro programa de acción ha conseguido normalizar las cifras. La organización de las mujeres. Doreen Reddy E se encarga de esa auténtica revolución que consiste en darles a ellas el poder en cada pueblo mediante los shangams. Después de una acción en más de un millar de pueblos, ellas se encargan de los programas de nutrición, de repartirse créditos con arreglo a un fondo propio, de vigilar la educación y hasta la buena calidad del profesorado, de medidas sanitarias que incluyen convencer a quienes tienen dos hijos de que se sometan a una ligadura de trompas en el centro de planificación familiar que la fundación tiene en Anantapur, o simplemente, para desahogarse y contarse sus penas, para apoyarse en los problemas cotidianos y en los dramas que antes no encontraban salida puertas afuera. "Fue difícil empezar. Los hombres no querían que habláramos directamente con las mujeres, y las mujeres nos decían que habláramos de sus asuntos con los maridos", recuerda Doreen.

Pero cuando consiguieron meterse en las cocinas, todo cambió. "Poco a poco fuimos ganándonos su confianza. Convenciéndolas de que esos problemas debían compartirlos con las demás para organizarse. Ahora, la voz de una mujer sola no vale todavía nada, pero la voz de una asociación de mujeres tiene mucha fuerza", comenta Doreen.

Fue como todo, ladrillo a ladrillo. Primero actuaron en 10 pueblos del área de Kalyandrug, luego en 25, ahora van por 1.300. Para entender este gigantesco cambio de mentalidad hay que ser conscientes de lo que era la vida de una mujer intocable o perteneciente a algún grupo tribal en una aldea. Un dálit siempre ha sido lo peor de la sociedad. En las castas, los primeros son los sacerdotes, que nacieron de la cabeza de Brahma; después, los guerreros, que nacieron de los hombros; en tercer lugar, los comerciantes, que le salieron al dios del estómago, por último, están los intocables, que le cayeron de los pies. "Y de la planta de los pies brotaron las mujeres de éstos, pienso yo", dice Doreen.

Nadie se preocupaba de su alimentación, eran las últimas de la fila, así que la anemia siempre rondaba por ahí. Para qué educarlas, para qué ocuparse de su salud. En la India todavía está prohibido saber el sexo de los niños durante el embarazo. Cuando hay un parto en la familia, si es niño te colman de enhorabuenas; si es niña, recibes una especie de pésame con cara de circunstancias.

Cuando se ha roto la barrera, las mujeres han reaccionado como un ciclón. "Ahora se valen por sí mismas, discuten sus problemas, buscan soluciones", asegura la coordinadora del programa. En los pueblos llevan la voz cantante. Participan, debaten, se ocupan de las iniciativas comunes. Los hombres van valorándolas. Hablan con orgullo de sus hijas, de sus nietas, buenas estudiantes, con futuro, con formación, con agallas.

Las comadronas son las líderes. Salen de Batharapalli con sus maletines metálicos llenos de medicinas, vestidas de verde, inconfundibles, como una legión. En sus pueblos también se ocupan de distribuir los programas de nutrición. Nunca un huevo duro fue mayor acontecimiento. Los cuecen, los pelan y se los dan a cada niño, a varios ancianos de la aldea. Se los comen juntos, después de un rezo y alguna canción y antes de su papilla de cereales, provista de calcio, potasio y proteínas.

Si no fuera por esta acción, muchos niños no masticarían nada que les hiciera crecer. "Muchos, para desayunar comen arroz; para almorzar, arroz, y por la noche... más arroz". Es lo que cuenta en mitad de un día ajetreado en su clínica de Kanekal el doctor Khanan. Lo hace mientras ausculta el llanto ahogado y la mirada intensa de la pequeña Mónica. La niña está en los huesos. Su piel es un papel que envuelve la miseria del hambre. Llora, pero apenas se la escucha; suspira, pero uno duda de que tenga fuerza para absorber el aire; gime con un espasmo que le sacude el cuello. Tiene hambre. Padece hambre. Menos mal que ha caído en manos de Khanan. Nadie como él sabe tranquilizar a los visitantes. "Cuando no pueden más, los padres los traen al hospital. Aquí se quedan un mes y les aplicamos un programa de nutrición con el que se recuperan totalmente", comenta después de negar al abuelo y a los padres de la pequeña una ayuda para volver a su pueblo. "Que les ha costado mucho el viaje, me dicen...".

No es el hambre lo único que asuela Kanekal. Hay otras enfermedades. Muchas de ellas extirpadas en el primer mundo, pero todavía mortales en India: "Tuberculosis, tifus, malaria, diarrea, algo de dengue y, por supuesto, las picaduras. Todo eso es muy común. Son gente que vive y trabaja a la intemperie. En cualquier momento les puede atacar una serpiente, un escorpión, por no hablar de los perros y las abejas", asegura Khanan. Su clínica es apañada y vital. Ha supuesto un salvavidas para una zona, el noroeste de Anantapur, en la que el transporte es cuestión de vida o muerte. "Vienen en rickshaws -motocarros que han heredado el nombre de aquellos tirados por hombres- donde se montan 20 personas. Llegan también en tractores, siempre en pésimas condiciones, al borde del colapso". Menos mal que ahora han prosperado con la joya de la corona: su nueva ambulancia.

Khanan salva vidas rápido. Actúa con decisión en mitad del hacinamiento, del ruido y la aglomeración. Su lema es claro: "Curar o matar. No hay otra opción. Pero me gusta el trabajo. Me gustan los retos".

Lo mismo que Ángela Martínez Pérez, médico cooperante en Bathalapalli. Lleva nueve meses volcada en el centro de enfermos de VIH, donde se aplican tratamientos retrovirales y campañas de concienciación. "Este país necesita una campaña global sobre el VIH de manera urgente", comenta Ángela. Más en una potencia demográfica que se acerca a un porcentaje escalofriante de contagio: un 1% de la población total de 1.200 millones de habitantes. "El segundo con más incidencia del mundo después de Suráfrica", especifica la doctora. Su experiencia allí, según ella, ha sido monacal: "Disponible las 24 horas del día". Duro. Muy duro si debes comprobar que un tercio de los infectados son niños y que la enfermedad se contagia en escalada por la falta de información y costumbres ancestrales difíciles de transformar. Pero Ángela Martínez lleva consigo una dura coraza, que después de Burkina Faso y la India -donde ya ha trabajado sobre el terreno- le llevará a otro proyecto de cooperación por esos mundos. El deseo de ayudar a los demás. Se pega. Lo mismo les ocurre a las decenas de cooperantes y voluntarios llegados de toda España que trabajan en Anantapur.

Justo frente a la unidad de enfermos de VIH está enterrado Ferrer. Su tumba, ahora cubierta de tierra roja y flores, domina un descampado que es toda una metáfora de su vida. No hay nada alrededor, queda todo por hacer. Varios curiosos se acercan durante el día. Así entretienen el trabajo de los guardias que protegen el lugar. Antes de ser enterrado allí, cerca de 200.000 personas bajaron a ver el cadáver y a velarlo en Anantapur. Pero lo enterraron en Bathalapalli por varias razones. "Aquí siempre estará rodeado de gente y es un auténtico medio rural, un símbolo del entorno que él quiso transformar", comenta Moncho. Después del entierro llegan otros problemas. Muchos pueblos quieren levantarle estatuas. Moncho quiere evitarlo. "Él odiaba esas cosas. No le gustaría. Prefiero que le recuerden con fotos".

Sabe que sobre sus hombros va a recaer la continuación de la obra de sus padres. Su madre está ahí para ayudarle a fondo, para trabajar codo con codo. Pero Moncho es el futuro de la Fundación Vicente Ferrer. Un futuro que, por el momento, ha recibido una avalancha de apadrinamientos después de su muerte. Un aumento considerable que ha pasado de una media de 10 niños al día a 70, según Jordi Folgado, sobrino de Ferrer y director gerente de la institución (www.fundacionvicenteferrer.org) en Barcelona.

Eso anima a Moncho. Refuerza aún más su vocación. "Nuestro padre nunca nos forzó a nada. Al final, mi hermana Yumana y yo nos quedamos aquí por convencimiento". Aunque, una vez tomaron la decisión, Ferrer dejaba entrever lo necesaria y lo deseada que era la continuación de toda su obra generación a generación. "Nos decía que debíamos tener muchos hijos para que al menos uno quisiera hacerse cargo del trabajo", comenta mientras viajamos a uno de los confines de Anantapur.

Él, por su parte, está dispuesto a entrar por la puerta grande del futuro en la cooperación. Muchos proyectos presentes de la organización han partido de sus iniciativas. Ha fomentado el deporte, el desarrollo de cultivos ecológicos, la educación preparatoria para la formación superior. De hecho, si Moncho no hubiese decidido quedarse en la tierra que le vio nacer hace 37 años, hoy no se disputaría el mayor torneo de críquet del distrito, con más de 200 equipos; ni hubiese hecho lo posible para que el Barça montase una escuela de fútbol para niños y niñas en Bathalapalli. Tampoco se daría una beca anual a 200 niños para estudiar los dos años previos a la entrada en la universidad en los mejores colegios del país. Eso ha fomentado una competencia sana. "Muchos buscan sacar las mejores notas", asegura Chandra Sekhar Naidu D, encargado de educación.

Si Moncho hubiese decidido no volver de Londres, donde estudió Ciencias Políticas, los campesinos de la lejana Gollapi Thanda no utilizarían hoy su riego por aspersores alimentado por paneles solares para cultivar sus campos. Es el siguiente paso a la riqueza que trajo consigo el pantano impulsado allí por la RDT, una obra que ha convertido los 20,5 acres productivos del pasado en un vergel que riega 122. Pero Moncho quiso volver y quedarse. Quiso casarse, además, con Visha, la joven que conoció en una orgullosa aldea de guerreros en las montañas, cuyos padres se opusieron al matrimonio con un joven que no tenía casta. No les quedó más remedio que escaparse para juntar sus vidas. Hoy tienen dos niñas y esa historia está olvidada: "Ahora Visha dice que yo soy más popular en su familia que ella", comenta el propio Moncho.

Lo suelta mientras observamos los paisajes amplios y nada arbolados de la región. Se nubla y algún rayo de sol convierte en alfombras de verde intenso los escasos campos de arroz. Moncho suspira por la lluvia al tiempo que nos acercamos por un inmenso pantano hacia Puttaparthi, la alucinante ciudad donde reina el controvertido sacerdote Sai Baba. Es una especie de Vaticano dominada por este gurú, con aeropuerto propio al que llegan vuelos chárter con adoradores de todo el mundo. Pero las cúpulas de los palacios donde habita Sai Baba ofrecen un claro contrapunto con la obra de don Vicente.

El coche pasa de largo y sigue camino hasta que termina la carretera y hay que coger el desvío pedregoso hasta Ammagondapalyam. En ese poblado controlado por facciones maoístas muy beligerantes con el Gobierno, la fundación ha construido 70 casas. Durante el tortuoso y largo recorrido, uno no deja de preguntarse cómo fueron capaces de descargar los materiales y de convencer a los trabajadores para que llevaran a cabo la obra: "A los albañiles y a los conductores no les contábamos cómo se llegaba al pueblo. Muchos sólo fueron un día. Al siguiente dijeron que no volvían", comenta Moncho para explicar la estrategia.

En este lugar perdido donde se entrecruza la magia con las piedras, la llegada del hijo de Ferrer es un acontecimiento. Le reciben con flores y mucha ceremonia. Le quieren tocar los pies en señal de respeto, pero él los agarra de los hombros y se lo impide en perfecto telegu, la lengua de la región, su lengua madre. "Mi padre me advertía: 'Si yo hablase telegu como tú lo hablas, haría milagros". Más milagros, quería decir. Al fin y al cabo, es la especialidad de la casa. El milagro. Moncho, en eso, conoce las técnicas, las ha heredado y está decidido a aplicarlas.

Los mayores de Ammagondapalyam, ese pueblo oculto que da una sabrosísima miel en sus montes, recuerdan cuándo le vieron por primera vez: "El día que Moncho llegó al pueblo llovía. Y eso es señal de buena suerte", comenta el anciano Kullayappa. "No había electricidad, nuestras casas se derrumbaban en cuanto caía agua y se nos llenaban de bichos, no teníamos apenas nada, ni arroz. Moncho ha cambiado nuestras vidas como las cambian los dioses", comenta el hombre. Pero el hijo de Ferrer también está atento a los jóvenes. Nada más llegar a la escuela quiere saber quién es el más diestro cazando ardillas y quién estudia más, si los chicos o las chicas. La respuesta es clara: las niñas dan mejor resultado en clase.

En el camino de vuelta hacia Anantapur caen algunas gotas de agua. Moncho sonríe y desea que no pasen de largo sin dejar el campo regado. Ese campo que le quita el sueño, pero que, gracias a su padre y sus apóstoles, no es hoy el desierto que tantos temían. Ese campo en el que él, de ahora en adelante, debe seguir plantando las semillas.

(Autores: JESÚS RUIZ MANTILLA y la redacción de El País [www.elpais.com])

sábado, 30 de enero de 2010

Los amigos



Según un afamado cínico del pasado, a los amigos se les puede clasificar en tres categorías: aquellos que te aman, los que no se preocupan de ti, y aquellos que te odian.

viernes, 29 de enero de 2010

Herramientas


Construir es nuestro pasaporte hacia la eternidad. A lo largo de la historia con unas herramientas básicas se han cimentando las grandes obras de arquitectura. Así, con un compás, una escuadra, un nivel, una plomada, una regla ... y la imaginación del constructor se pudieron levantar maravillas. El artesano, con cincel y mazo ha tallado la piedra arrancando de ella resultados milagrosos. Con sus manos el hombre ha sido capaz de alimentar la imaginación y los sueños del hombre.

jueves, 28 de enero de 2010

Gloria al Aquinate



Hijo del conde de Aquino, estudió en el monasterio de Montecasino y después en la Universidad de Nápoles. En el año 1244 tomó el hábito de la Orden de Predicadores y conoció a Alberto Magno, con quien estudiaría en Colonia. Posteriormente en 1252 ejerció como maestro de Teología en la Universidad de París, y en otras ciudades europeas como Roma, Bolonia y Nápoles. Murió en 1274 camino del segundo concilio de Lyon.

Es considerado el más importante de los filósofos escolásticos. En general sigue a Aristóteles estrechamente. Se puede analizar su pensamiento de acuerdo a dos etapas:

Primera:

De 1245-1259. En este período predominan las influencias platónicas (Avicena y Alberto Magno) y las neoplatónicas (San Agustín y el Pseudo Dionisio). Entre las obras más importantes de esta etapa podemos destacar: los comentarios a las obras de Pedro Lombardo, Boecio (sobre la trinidad), el opúsculo titulado De ente et essentia y el libro primero de la Suma contra Gentiles. La función de esta obra era servir de apoyo a los predicadores que tenían que discutir con judíos y musulmanes, valiéndose de argumentos racionales y filosóficos sin tener que basarse sólo en la fe.

Segunda:

De 1259-1273. Domina en el filósofo el pensamiento aristotélico. Así comenta ampliamente la Ética a Nicómaco. En este momento la universidad de París atraviesa un momento de gran inestabilidad que se manifiesta en la pugna entre franciscanos, de orientación agustiniana, y los dominicos, con fuertes influencias aristotélicas. Tomás de Aquino realiza en esta etapa toda una síntesis de los problemas filosóficos más discutidos (fe-razón, creación, política). Entre sus obras podemos destacar: finaliza la Suma contra los gentiles, cuestiones disputadas sobre el mal, sobre el alma, opúsculos contra los averroístas, como De aeternitate mundi y el De unitate intellectus. La obra más importante de Tomás de Aquino es la Summa Theologica (1265-1272), en la que logra una sistematización entre teología y filosofía.


El problema de seguir a Aristóteles

Los averroístas sostenían, según la teoría de la doble verdad e interpretando a Aristóteles, que el alma, en tanto que individual, no era inmortal. La inmortalidad pertenece únicamente al intelecto, que es impersonal e idéntico en los distintos seres intelectuales. Al ser ajeno a la doctrina católica, Aristóteles no era bien considerado en Roma. El Aquinate se esforzó por deshacer el daño causado por una interpretación demasiado fiel a las doctrinas árabes que habían traducido a Aristóteles. Para ello, Aquino contaba con traducciones de los escritos originales griegos proporcionadas por Guillermo de Moerbeke, que le permitieron tener un conocimiento realmente profundo del filósofo. Por tanto, Tomás de Aquino siguió al genuino Aristóteles. Finalmente convenció a la Iglesia Católica de que el aristotelismo era preferible al platonismo como fundamento de la filosofía cristiana, y de que los musulmanes, en particular los averroístas, habían interpretado mal a Aristóteles. Con Aristóteles, Tomás de Aquino se topó con el problema de los universales. Finalmente decidió que los universales no subsisten fuera del alma, pero que el intelecto al comprender los universales, comprende cosas que están fuera del alma.

Las Cinco Vías de la Summa Theologiae

Tomás de Aquino escribió estas cinco vías para demostrar la existencia de Dios. Estas cinco vías siguen el mismo esquema: para explicar determinadas cosas es necesaria la existencia de Dios. En efecto, existen dos tipos de demostración: - Demostración propter quid: Aquella que se basa en la causa y discurre partiendo de lo que es absolutamente anterior hacia lo que es posterior. - Demostración quia: Aquella que parte del efecto para conocer la causa. Así, conocemos el efecto, y puesto que éste depende de la causa, dada la existencia del efecto, forzosamente le ha de preceder la causa. Esta última clase de demostración es la usada por el Aquinate en las Vías.



Primera vía: «Vía del motor inmóvil»

Esta vía, también llamada argumento del movimiento, fue formulada primero por Aristóteles, pero luego Tomás de Aquino la incorporó a su propia metafísica del ser.

Se basa en la evidencia del cambio o movimiento que se da en la naturaleza. Es innegable, en efecto, y consta por el testimonio de los sentidos, que en el mundo hay cosas que se mueven, es decir que cambian de un estado a otro. Ahora bien, según el principio de causalidad, todo lo que se mueve es movido por otro. Y si lo que mueve a otro es también movido, es necesario que otro lo mueva. Pero esta serie de motores no puede ser infinita, pues en tal caso no habría un primer motor ni un primer movimiento, ni por tanto los motores y movimientos posteriores. Pero es evidente que hay cosas que se mueven. Por ello, se llega a la conclusión de que existe un primer motor inmóvil (porque si se moviera, sería movido por otro, y él no sería el primero). Y este motor inmóvil sería Dios.

Segunda vía: «Vía de las causas eficientes»

Parte de la evidencia de la causalidad eficiente de este mundo. Así, todo lo que ha comenzado a ser ha sido causado por otro. Pero no es posible que la sucesión de causas y efectos sea infinita, porque si lo fuera, no habría una primera causa, ni por tanto una segunda, ni una tercera, etc., etc., ni por tanto causalidad alguna; lo cual es contrario a la evidencia. Por tanto existiría una primera causa no causada, que se llama Dios.

Tercera vía: «Vía de los seres contingentes»

Esta vía, también llamada argumento de la limitación en la duración, afirma que hay cosas que empiezan a ser y dejan de ser, y que por tanto pueden no ser; estas cosas se llaman contingentes. Pero si todas las cosas fueran así, es decir contingentes, entonces alguna vez no hubo nada; porque lo que se puede decir de cada parte del conjunto, se puede decir del conjunto entero, a saber que alguna vez no existió. Pero de la nada no sale nada. Por ello, debe existir un ser necesario para que haya estas cosas o seres. Este ser absolutamente necesario existiría por sí mismo y es causante de la existencia de los demás seres y se le llama Dios.

Cuarta vía: «Vía de los grados de perfección»

Esta vía parte del hecho de que hay una jerarquía de valores. De hecho, existen cosas mejores o peores, más buenas y verdaderas que otras. Para valorar esta cosas, deben ser comparadas con el grado máximo y lo más perfecto. Como hay seres que tienen una perfección limitada, debe existir un ser Perfectísimo y que sea infinito. Este ser es conocido por el nombre de Dios.

Quinta vía: «Vía del orden en el mundo»

También llamada argumento de la finalidad interna de los seres naturales. Parte de la finalidad que tienen las cosas en la naturaleza. Podemos observar que hay seres sin conocimiento que trabajan y actúan por un fin, para alcanzar lo mejor. Para que los seres carentes de conocimiento lleguen a su fin deben ser ordenados o dirigidos por alguien inteligente. Por lo tanto, deben existir seres inteligentes. Pero éstos deben ser dirigidos por alguien y así sucesivamente, y como no se puede llegar al infinito, entonces, necesariamente tiene que existir un Ser inteligente que dirija a los demás, el cual es llamado Dios.

Summa contra gentiles

Retornando a la demostración de la existencia de Dios tenemos un problema con el que ya se había topado Platón. ¿Puede Dios conocer las cosas particulares o solo las universales? Un cristiano, puesto que cree en la Providencia, debe sostener que Dios cree en los particulares; pero hay argumentos de peso contra esa creencia.

Tomás de Aquino los enumera y pasa a refutarlos. Los siete argumentos son:
  • Siendo la singularidad la materia signada, nada inmaterial puede conocerla.
  • Los singulares no siempre existen, y no pueden ser conocidos cuando no existen; luego no pueden ser conocidos por un ser inmutable.
  • Los singulares son contingentes, no necesarios; luego no puede haber conocimiento cierto cuando existen.
  • Algunos singulares son debidos a voliciones, que solo pueden ser conocidas por la persona que quiere.
  • Los singulares son infinitos en número y lo infinito como tal es desconocido.
  • Los singulares son insignificantes para la atención de Dios.
  • En algunos singulares hay mal, pero Dios no puede conocer el mal.
El Aquinate, refuta todos estos argumentos de la siguiente manera:
  • Dios conoce los singulares, porque es su causa, y de esa manera también conoce las cosas que no existen todavía pero de las que será su causa última. (Al igual que un artífice que está construyendo algo y sabe como será aunque no exista todavía).
  • Dios conoce las cosas triviales, porque en realidad nada es trivial: todo tiene una nobleza, o de lo contrario solo se conocería a sí mismo.
  • Por otra parte el orden del universo es noble y solo puede tenerse un universo perfecto teniendo completo conocimiento de todas las partes del mismo incluso las más triviales.
  • Finalmente Dios conoce las partes malas puesto que el conocer algo bueno implica conocer el mal opuesto.
Además apunta lo siguiente:
  • En Dios hay voluntad aunque sea inmóvil, su voluntad es su esencia y su objeto es la esencia divina.
  • Dios se quiere a sí mismo. Y al hacer eso, quiere al resto de cosas porque Dios es el fin de todas las cosas. Y aunque las quiere, no las quiere necesariamente.
  • Dios tiene libre albedrío, porque tiene una razón para su volición pero no una causa.
Finalmente, dicta una serie de cosas que Dios no puede hacer:
  • Dios no puede ser cuerpo, ni cambiarse a sí mismo.
  • No puede fracasar, cansarse, arrepentirse, olvidar, encolerizarse ni entristecerse.
  • No puede hacer que un hombre no tenga alma.
  • No puede hacer que la suma de los ángulos de un triangulo sea distinta de 180 grados.
  • No puede anular el pasado.
  • No puede cometer pecado.
  • No puede crear a otro Dios.
  • No puede dejar de existir.

martes, 26 de enero de 2010

El tiempo ciclico en el mazdeismo y en el ismailismo


(por Henri Corbin -extracto del primer capitulo del libro: Tiempo Cíclico y Gnosis Ismailí)





En un pequeño manual de doctrina mazdea en pahlevi que data del siglo IV de nuestra era llamado Pand Nómalc i Zartusht (Libro de consejos de Zartusht) y en algunos casos Citak Handarz Póryókeshán (Instrucciones escogidas de los primeros doctores de la fe), se enuncia una serie de preguntas cuyas respuestas debe conocer todo ser humano llegado a la edad de quince años. Estas son las primeras:

«¿Quién soy y a quién pertenezco? ¿De dónde he venido y adónde volveré? ¿De qué linaje y de qué raza soy? ¿Cuál es mi vocación propia en la forma de existencia terrena? [...] ¿He venido del mundo celestial o he comenzado a ser en el mundo terrenal? ¿Pertenezco a Ohrmazd o a Ahrimán? ¿A los ángeles o a los demonios?»

Las respuestas son éstas:
«He venido del mundo celestial (mênôk), no es en el mundo terrenal (gâtîk) donde he comenzado a ser. He sido originalmente manifestado en el estado espiritual. Mi estado original no es el estado terrenal. Pertenezco a Ohrmazd (Ahura Mazda, el Señor Sabiduría), no a Ahrimán (el Espíritu del Mal y las Tinieblas): pertenezco a los ángeles, no a los demonios (...) Soy criatura de Ohrmazd, no de Ahrimán. Mi linaje y mi raza proceden de Gayómart (el Hombre Primordial, elAnthropos)Tengo por madre a Spandarmat (el Ángel de la tierra), tengo por padre a Ohrmazd (...). El cumplimiento de mi vocación propia consiste en esto: pensar en Ohrmazd como Existencia presente (hastîh), existente desde siempre (hamê-bûtîh) y para siempre (hamê-bâvetî);pensar en él como Soberanía inmortal, como Ilimitado y como Pureza; pensar en Ahrimán cornoNegatividad pura (nestîh) que se agota en la nada (avîn-bûtîn), como el Espíritu Maligno que antaño no existió en esta Creación y que un día dejará de existir en la Creación de Ohrmazd y se hundirá en el tiempo final: considerar mi propio yo como perteneciente a Ohrmazd y a los arcángeles (Amahraspandán)»

Estas pocas fórmulas, muy simples pero decisivas, proyectan simultáneamente las respuestas sobre un horizonte de preexistencia y de supraexistencia. Implican que los momentos del nacimiento y de la muerte, tan cuidadosamente señalados en nuestros registros civiles, no son ni nuestro comienzo absoluto ni nuestro final absoluto. Implican que el tiempo, tal como en general lo concebimos, como una línea que se prolonga indefinidamente perdiéndose en las brumas del pasado y del futuro, no tendría literalmente ningún sentido; un tiempo así sería simplemente un absurdo. Si la moderna filosofía matemática nos ha enseñado a concebir el tiempo como una cuarta dimensión que se añade a las tres dimensiones del espacio, ¿no cabría decir que el mito de la cosmogonía mazdea en general nos des-vela algo así como una nueva dimensión, una quinta dimensión, que determina la altura de luz de un ser o, al contrario, su profundidad de tinieblas?

«Altura» y «profundidad» son términos que sugieren todavía dimensiones del espacio visual, y las necesidades del lenguaje forzarán así al mito a situar espacialmente, en su relación recíproca. la Potencia de Luz y la contrapotencia de Tinieblas. Sin embargo, toda representación geométrica concreta es inadecuada, pues es preciso concebir un espacio a la vez infinito y limitado. De hecho, Luz y Tinieblas primordiales no ocupan un espacio de por sí situado y definido; son ellas las que sitúan en un espacio absolutamente propio, mensurable en sus propios términos de Luz y de Tinieblas. La altura o profundidad de Luz podrá ser designada como tiempo eterno, y el espacio de Luz, en el que se despiertan los seres de luz que realizan los pensamientos de esa Luz, nace eternamente de ese tiempo eterno.

Es, pues, en esta profundidad de Luz dónde se origina la existencia personal del ser que se reconoce en la tierra «como perteneciente a Ohrmazd y a los arcángeles». Pero el tiempo en el que se inscriben el momento de su advenimiento a la forma terrestre de existencia y el momento en que se ausenta definitivamente de ella, no es el tiempo eterno de esa profundidad de Luz. Es un tiempo que se ha originado de él, que es a su imagen, pero que está necesitado y limitado por los actos de una dramaturgia cósmica, cuyo preludio señala y cuyo desenlace será igualmente el suyo. Puesto que procede de ese tiempo eterno, retorna a su origen y a él hace retornar a los seres que intervienen en su ciclo como dramatis personae, pues en este drama cada uno de ellos «personifica» un papel permanente del que ha sido investido por «otro tiempo». Como se trata esencialmente de un tiempo de retorno, tiene la forma de un ciclo.

La cosmogonía mazdea nos enseña así que el tiempo tiene dos aspectos esenciales: el tiempo sin orillas, sin origen (Zervân-i akanârak), el tiempo eterno; y el tiempo limitado o «tiempo de largo dominio» (Zervân-i derany xvatâi), el AION, propiamente hablando, aunque en ocasiones también el tiempo eterno se designa de la misma forma. El tiempo eterno es el paradigma, el modelo del tiempo limitado, que ha sido hecho a su imagen. Y por eso nuestro tiempo, como dimensión de la existencia terrenal, permite que se transparente a través suyo una dimensión distinta a su propia dimensión cronológica: una dimensión de luz que le impone su forma y su sentido. Inversamente, la ausencia o destrucción completa de esta dimensión miden la profundidad de tinieblas del ser que está en ese tiempo. Puesto que la dimensión de luz pone de manifiesto la relación con el origen, puede propiamente denominarse dimensión arquetípica: como tal, también caracteriza y sitúa a un ser de luz, a un ser de esencia ohrmazdiana. Al vincular a ese ser con un tiempo eterno, al cual reconduce el tiempo limitado de su actual forma de existencia, esa dimensión-arquetipo determina, finalmente, una experiencia de eternidad completamente propia, o más bien la anticipación que hace posible —o que traduce— la concepción de un tiempo cíclico, que no es el tiempo de un eterno retorno sino el tiempo de retorno a un origen eterno.

El concepto de esta dimensión de luz, dimensión-arquetipo, puesto que fundamenta a cada ser en otro Sí mismo que le precede eternamente, puede proporcionarnos la clave de un mundo celestial poblado de figuras que son instauradas y gobernadas en su ser por una ley propia, y según las exigencias de una lógica propia. Las respuestas que acabamos de leer están referidas al doble plano o doble estado del ser que caracteriza a la ontología mazdea, designado por los términosmênôk y gêtîk. Habrá que procurar no reducir el contraste que ambos expresan a un esquema platónico sin más. No se trata exactamente de una oposición entre Idea y materia, ni entre universal y sensible. Mênôk debe ser traducido más bien por estado celestial, invisible, sutil, espiritual, pero perfectamente concreto. Gêtîk designa un estado terrestre, visible, material, ciertamente, pero de una materia que es en sí completamente luminosa, materia inmaterial con relación a la que de hecho conocemos, pues la transferencia al estado gêtîk —y ésta es propiamente la concepción mazdea— de ningún modo significa por sí misma decadencia, sino consumación y plenitud. El estado de imperfección, de menos ser y de tinieblas que representa la condición actual del mundo material, no se debe a su condición material como tal, sino al hecho de ser zona de invasión de las contrapotencias demoníacas, el escenario y el envite de la lucha. Lo extraño a esta creación no es aquí el Dios de Luz, sino el Principio de Tinieblas. La redención hará nacer el tan i pasen, el «cuerpo venidero» o corpus resurrectionis, pues no tiende a abolir el mundo gêtîk, sino a devolverlo a su estado luminoso, a su dimensión-arquetipo.

Esta dimensión de luz constituye cada ser, cada entidad física o mortal del mundo terrenal, como elemento complementario de una realidad celestial o mênôk con la que se empareja: mênôk es su entidad espiritual, su arquetipo: su “Ángel”. Instaurando esta dimensión, la imaginación metafísica mazdea atestigua su aptitud característica para configurar hipóstasis, para hacer que a través de toda realidad se transparenten los rasgos de una persona celestial. Esta norma de representación es tan fundamental que el propio tiempo, bajo uno u otro de sus aspectos, será aprehendido como una persona de rasgos definidos. Y tal es precisamente el aspecto desde el que vamos a considerarlo en nuestro estudio, el que retendremos para «hacer oración» durante unos instantes. Para evitar extravíos, la lógica debe conformarse a las exigencias propias de esta norma, pues lo propio de estas hipóstasis es existir a la vez en sí y en lo que ellas realizan. Se produce entonces no una confusión de los planos del ser, sino una comunicabilidad de los nombres, lo que quizá suscite a nuestro pensamiento unas dificultades cuya peor solución consistiría en degradar estas figuras al nivel de simples alegorías. Debemos poner todo nuestro empeño en salvaguardar y justificar el juego de las transparencias que se hacen posibles precisamente ahí, y no de otro modo ni en otra parte: en esa dimensión nueva de la profundidad de luz. Se nos mostrará que si el tiempo es aprehensible como persona es porque, lejos de ajustarse a nuestra noción abstracta corriente, es Persona-arquetipo, es decir que representa y prefigura la forma que debe tomar o recuperar un ser de luz y que es, como tiempo de la prueba y del combate, el mediador de la metamorfosis. Así se instaura una homología entre el tiempo de realización de cada ser personal y el tiempo del ciclo total: entre el ser personal realizado y la “persona” del tiempo eterno.

Discernidas estas premisas, comprobaremos, centrándonos en esta «persona del tiempo», en las variaciones de sus rasgos manifestados a la visión mental, que el estudio puede descubrir a la vez en las variantes del esquema cosmogónico los elementos antropológicos diferenciales que caracterizan, por una parte, al mazdeísmo puro y, por otra, la dramaturgia que fue designada como zervanismo, a causa de la preponderancia del papel de Zerván y cuyo esquema puede incluir a su vez variantes capitales. Esbozaremos a grandes rasgos la esquematización ideal de las posibles concepciones de la manera siguiente. Para la visión dualista pura, la del mazdeísmo zoroastriano, el drama precósmico en el que se origina el cielo de nuestro Aion es provocado por el ataque y la invasión de una contrapotencia exterior y extraña a Ohrmazd, la divinidad de Luz. Ahrimán, el Espíritu del Mal, de negación y de tinieblas, surge de un abismo sin fondo, en el origen indevelado, preexistente a toda causa. Para la visión zervanita, el drama es interior a la persona misma de Zerván, el tiempo eterno o tiempo absoluto, en tanto que divinidad suprema que, por sí misma, da origen a la vez al Principio de Luz y al Antagonista. Creo que hay ahí un elemento diferencial mucho más importante que la mera divergencia entre dos interpretaciones teológicas distintas de una misma situación. Pero una tentativa de reducción era concebible por parte del mazdeísmo puro: de ello resulta un esquema que se podrá designar, según los casos, como zervanismo mazdeanizado o como mazdeismo zervanizado.

Por su parte, el esquema del zervanismo integral sufrió ciertas alteraciones dramatúrgicas: aparece la idea de una mediación en la persona del ángel Mithra, respecto del cual la teología zoroastriana de nuestros días ha puesto de manifiesto ciertos rasgos de semejanza con el arcángel Miguel. Finalmente, la Unidad que da origen a los dos contrarios ya no estará situada en el nivel de la divinidad suprema, sino en el de una hipóstasis angélica emanada: ésta asumirá el papel de Salvador-salvado, de algún modo; un arcángel Miguel que ha tenido que conseguir su propia victoria sobre sí mismo, y los períodos del tiempo cíclico deberán entonces consumar dicha victoria en la persona de todos los suyos. Así se nos mostrarán el drama y el papel del Ángel de la humanidad en la gnosis ismailí.

En la mitohistoria del mazdeísmo puro, el tiempo cíclico aparece ritmado por tres grandes actos que se desarrollan a lo largo de doce milenios que forman las edades del mundo. El primer acto es la Creación primordial (Bundahishn), que incluye el preludio de los tres primeros milenios que instauran la Creación en el estado mênôk, sutil, celestial; le sucede el período comprendido entre los milenios cuarto y sexto, durante el cual la Creación es transferida al estado gètîk o terrenal. Viene a continuación el segundo acto: la catástrofe. El Negador, cuya amenaza había surgido del abismo en el momento de la aparición de la Creación espiritual, consigue penetrar en la Creación material y dañarla gravemente. Este segundo acto constituye el período de Mezcla (gumecishn) y es el que actualmente vivimos. Terminará con el acto de la separación final (vicarishn), obra de los Saoshyant o Salvadores nacidos de la estirpe de Zaratustra en el curso de los tres últimos milenios, y con la transfiguración del mundo (frashokart).

En el libro mazdeo del Génesis, el Bundahishn, leemos: «Ha sido revelado que Ohrmazd se encontraba durante el tiempo ilimitado en las alturas, engalanado de omnisciencia y de bondad y rodeado de luz. Esta luz es el puesto y el lugar de Ohrmazd. Algunos la llaman Luz infinita (asar rohsnîh). Esta omnisciencia y esta bondad son la túnica de Ohrmazd. Algunos la llaman Religión (dên) [...] El tiempo de la túnica es infinito, pues la bondad y la Religión de Ohrmazd han existido durante tanto tiempo como el propio Ohrmazd, existen todavía y existirán siempre».

Así pues, el tiempo ilimitado no es ni un principio superior a Ohrmazd ni a su creación, sino un aspecto de su ilimitación; expresa su ser mismo, como lo expresan también su omnisciencia y esa Luz infinita en la que reside. Sin embargo, un juego de transparencias sólo posible, por así decir, en esa dimensión en que aquí se mueve el pensamiento, acaba poniéndonos en presencia del tiempo como figura plásticamente definida. Cuando del tiempo eterno, y a su imagen, Ohrmazd crea el tiempo limitado del que tiene necesidad para llevar al desastre el desafío de Ahrimán, se dice que Ohrmazd lo crea «con la forma de un jovencito de quince años, luminoso, de ojos claros, elevada estatura y lleno de un vigor que procede de su capacidad perfecta y no de una naturaleza brutal y violenta». Lo que se realza en esta visión juvenil es algo semejante a una forma mazdea del motivo del Puer aeternus; ahora bien, basta recordar que la edad de quince años define precisamente el aspecto que nuestros textos atribuyen a los renacidos para comprender que la «persona del tiempo» no hace, en definitiva, sino ejemplificar la dimensión ideal de un ser de Luz.

Pero hay más. Si nos mantenemos atentos a las equivalencias que van a sustituir a la denominación de Zerván, podemos descubrir la forma de una experiencia personal absolutamente propia: la espera que se proyecta en la visión en que las figuras se transparentan unas sobre otras. El texto precedente nos ha puesto en conocimiento de que la Religión (Dên), como omnisciencia y bondad en el tiempo infinito, es la túnica de Ohrmazd, lo que rodea y configura su ser. Otros textos nos dicen que «lo que siempre ha sido es la voz de Ohrmazd en la Luz», y que por medio de esa vibración eterna de Luz vibra eternamente la Religión de Ohrmazd. Esta voz eterna, que es el Logos creador de Ohrmazd, es igualmente designada como el arquetipo celestial (mênôk) de la fórmula de oración por excelencia de la devoción zoroastriana, aquella que se designa también, según sus primeras palabras (yatha ahu vairyo), como la estrofa Ahuvar. Ahora bien, de este arquetipo celestial se dice también que es Dên, la Religión eterna. Por fin, una tradición más tardía en lengua persa da expresamente a Ahuvar el nombre de Zervân. Hay, pues, equivalencia, transparencia recíproca, entre el tiempo eterno, el arquetipo celestial de la Oración creadora, y la Religión eterna.

La sustitución por Dên del arquetipo celestial de Ahuvar da a entender que Dên es precisamente el enunciado de esa enunciación eterna en la que se fundamentan los temas melódicos que enuncian la modalidad de cada ser. Ahora bien, la representación de la Religión eterna, que es también omnisciencia y bondad en tanto que tipificada en una hipóstasis, basta ya para orientarnos hacia todo un conjunto de especulaciones concernientes a la Sabiduría o Sophiadivina. De hecho, Dên (religión) no designa una simple abstracción institucional. La figura deDâenâ (forma avéstica de la palabra pahlevi dên) es el principio de toda una sofiología propiamente mazdea. Su extrema complejidad hace difícil una elaboración perfecta; al igual que todas las configuraciones de la imaginación mazdea, designa a la vez una hipóstasis angélica de rasgos personales y lo que en el ser terrestre le corresponde como su operación: aquí es el alma visionaria, el órgano de la visión religiosa de sabiduría, en suma, lo que en el ser humano terrenal (gêtîk) le capacita para formar una pareja con su realidad celestial (mênôk). Comparemos simplemente entonces dos visiones: de una parte, Dâenâ-Sophia es la vestidura y el tiempo eterno de Ohrmazd. Por otra, ella es la que, con los rasgos de un ángel femenino, se presenta post mortem al alma mazdea que ha combatido fielmente y se anuncia a ella como su yo celestial, su Yo de Luz. Así, bajo los rasgos de una figura que deja transparentar a través de sí la del tiempo eterno, el alma encarnada en tierra reconoce a su pareja o paredro celestial. Esta comparación proyecta de nuevo aquí un breve destello sobre la dimensión del ser que presupone la representación del tiempo bajo su especie sofiánica.

Fijada en el origen, que es también la dirección del retorno, la imaginación puede afrontar el combate. «Ahriman se levantó de sus profundidades —dice el Bundahishn y llegó a la frontera donde se encuentra la estrella de las Luces (star-i rôshnân)». Su naturaleza envidiosa y rencorosa, su avidez de sangre, le impulsan hacia delante, pero percibiendo allí «un esplendor y un ascendente superior a los suyos», vuelve a caer a sus tinieblas para producir allí su Contra-creación, la multitud de sus demonios entregados a la obra de aniquilamiento. Ohrmazd, en su dulzura de ser de luz (omnisciente, pero no todopoderoso), propone la paz al Antagonista. Pero ¿tiene poder para convertirlo en ser de luz? Ahrimán responde con un desafío encarnizado: «Me levantaré, incitaré a tu creación a desprenderse de ti y a prendarse de mí.» Ohrmazd sabe que Ahrimán no tiene poder para triunfar sobre la totalidad de sus criaturas. Pero sabe también que para acabar con la contrapotencia de Ahrimán le hace falta el tiempo, ese tiempo limitado que él ha creado a imagen del tiempo eterno; así, propone para la lucha un tiempo de nueve milenios. Su Adversario acepta, pues no tiene más que un conocimiento que «retarda» y no puede, por tanto, prever el desenlace del drama cósmico cuyos tres grandes actos hemos recordado hace un momento.

Que el ciclo del tiempo, el Aion, sea para Ohrmazd el instrumento de su victoria sobre el Antagonista, es algo que el mito sugiere en un episodio grandioso. Recogiendo el desafío de Ahrimán, Ohrmazd le inflige la anticipación de una visión que Ahrimán rechaza, pero que le aterroriza: la aniquilación de sus demonios, el advenimiento de la Resurrección y del «cuerpo por venir» (tan i pasen). Entonces Ohrmazd canta la estrofa Ahuvar, la encantación sonora estremece el espacio intermedio del encuentro y Ahrimán vuelve a caer aterrorizado al fondo de sus Tinieblas, donde queda postrado durante tres milenios (son los milenios cuarto, quinto y sexto, durante los cuales Ohrmazd, asistido por los arcángeles, transfiere su Creación del estado mênôkal estado gêtîk) Ahora bien, sabemos ya que el arquetipo celestial de la estrofa sagrada Ahuvar es «en persona» el tiempo de Ohrmazd, su Sabiduría eterna. El tiempo es, pues, el mediador de la derrota de Ahrimán.

Este episodio nos desvela la naturaleza hierática del tiempo; igualmente, va a mostrar su naturaleza en el desvelamiento del mundo de los arquetipos. Un arma sola es segura, ese ejército hierático, vibración de Luz gloriosa, en el que toma cuerpo eternamente Dâenâ-Sophia, la Sabiduría de Ohrmazd. Que la estrofa sagrada de una liturgia eterna interior al ser de Ohrmazd sea «en persona» el tiempo, instrumento de la ruina de los Demonios, define igualmente el ser esencialmente litúrgico de ese tiempo. La obra de la Creación y la obra de la Redención constituyen de un extremo al otro una liturgia cósmica. Celebrando la liturgia celeste (mênôk yazishn) Ohrmazd y sus Arcángeles instauran la Creación entera, y especialmente despiertan a la individualidad, a la conciencia diferenciada de su Yo perdurable, a las Fravartis, a la vez prototipos celestiales y ángeles tutelares de los humanos. Y es mediante la celebración final de las cinco liturgias del níctémero, como el último Saoshyant realizará la Resurrección. El tiempo total del ciclo, que por la cooperación de todos los seres de Luz, de todas las Fravartis que vienen en ayuda de Ohrmazd, debe asegurar la eliminación de Ahrimán y el rechazo de sus demonios, es un tiempo litúrgico.

Las fracciones de este tiempo (años, meses, días, horas) son naturalmente a su vez momentos litúrgicos, homólogos del ciclo del Aión, puesto que también ellas han sido creadas inicialmente en el estado celestial (mênôk). Están el año celeste, las cinco secciones celestes del día, etc. Por eso la duración de los milenios no es una duración evaluable en el tiempo uniforme de nuestros calendarios, sino una duración litúrgica, es decir, que pone en continuidad momentos litúrgicos. Y por ser un tiempo litúrgico, y porque tal tiempo es por esencia un tiempo cíclico, el tiempo de nuestro ciclo es, en efecto, a imagen de un tiempo eterno. Es su epifanía, es decir, que el orden de las criaturas, en tanto que sucesión temporal, epifaniza el orden eterno que jerarquiza a todos los celestes. Remitida a su origen trascendente, la relación temporal ejemplifica las relaciones orgánicas múltiples entre los arquetipos celestiales: la Creación, en tanto que epifanía del mênôken el gêtîk, plantea por sí misma el orden de sucesión en el tiempo limitado. Por eso el orden de las fiestas, todo el ciclo del ceremonial litúrgico, será una imagen, una repetición de la cosmogonía: seis grandes fiestas solemnes (Gâhambar) corresponden a los seis grandes períodos o creaciones repartidas entre los seis Arcángeles supremos (a los que se añade Ohrmazd como séptimo, lo mismo que el año encierra la totalidad de estas fiestas y forma con ellas una héptada).

Desde entonces también, como cada una de las fracciones del tiempo tiene su arquetipo celestial, y la sucesión litúrgica de estos momentos no hace más que ejemplificar las relaciones entre estas hipóstasis celestiales, su denominación misma anunciará esa comunicabilidad de los nombres conforme a la norma de la ontología mazdea. Cada uno de los doce meses del año es designado por el nombre de un Arcángel supremo (Amahraspand, los «Santos Inmortales») o de uno de los ángeles (Yazata, «adorable»); del mismo modo, cada uno de los treinta días del mes, e igualmente, por último, cada una de las horas canónicas, son confiados al ser celeste o Ángel que es su arquetipo y son nombrados por su nombre, y en su entidad celestial (mênôk) cada una de estas fracciones del tiempo es aprehendida como una persona. Es esta persona la que da su dimensión a los momentos del tiempo terrestre como momentos litúrgicos: se puede decir que el acontecimiento de ese día es esa persona, la esencia de ese día consiste en ser el día de tal o cual ángel, por cuyo nombre propio es nombrado (por ejemplo, el día Ohrmazd del mes Farvardin). Esta relación con el Ángel es la dimensión-arquetipo que da a cada fracción del tiempo limitado su dimensión en profundidad o altura de Luz, su dimensión de tiempo eterno. Por esta misma razón, el asociado celestial de un ser humano de Luz que ha terminado el ciclo de su tiempo terrestre puede manifestarse a él como una forma angélica bajo cuyo nombre (DâenâDên) hemos visto transparentarse el tiempo eterno. Si el Ángel anuncia a su alma: «Yo soy tu Dâenâ», esto equivale a decir: «Yo soy tu eternidad, tu tiempo eterno.»

Sin duda el juego de estas representaciones ofrece dificultades, pues el pensamiento opera aquí no sobre conceptos o signos abstractos, sino sobre figuras personales concretas cuya presencia imperativa inviste al ser que, para contemplarlas, debe también reflejarlas en él mismo. Es preciso entonces que, sin confusión de personas, su presencia recíproca componga un solo Todo. El tiempo no es la medida abstracta de la sucesión de los días, sino que se presenta como una figura celestial en la que un ser proyecta su propia totalidad, anticipa su propia eternidad, se experimenta en su propia dimensión-arquetipo. Pues si el tiempo se revela bajo dos aspectos, uno de los cuales es a imagen del otro, también revela la distensión, el retraso entre la persona celestial y la persona terrenal que tiende —o, al contrario, se niega— a ser la imagen de aquélla. En razón de todo esto, es esencial considerar cómo las relaciones variables del mazdeísmo puro y el zervanismo, con las posibles alteraciones de este último que implican el retroceso o la preponderancia de la persona del tiempo, permiten al ser que proyecta en ella su persona una experiencia que anticipa su propia eternidad.

lunes, 25 de enero de 2010

Sabiduría y Conocimiento


No hay duda de que lo que hoy la ciencia ha explicado, han sido considerado en el pasado o incluso en el presente por el hombre como esotérico. Sin ir mas lejos, la propia estructura del universo o la teoría de la evolución, hasta no hace mucho tiempo, representaban una incógnita tras la que se escondía la voluntad divina. Sin embargo, hoy en día la física avanza hacia una teoría unificadora de campos, la química es capaz de trasformar la materia (el viejo sueño de la Alquimia y la búsqueda de la piedra filosofal), la biología desentraña los secretos de la vida y de la muerte (basando sus teorías en el azar y la necesidad) y la medicina ha alargado la vida hasta cotas impensables a principios del siglo pasado.

Los hitos de la ciencia nos han cambiado, a pesar de que cosas como la naturaleza cuántica de la materia no parezca influir en el día a día del individuo… y esto ha ocurrido soterradamente durante todo el devenir de la historia del hombre. Por ejemplo la revolución Copernicana, que modificó nuestra noción de la estructura del universo, provocó también un cambio paradigmático del ser humano. El triunfo del heliocentrismo sobre el geocentrismo dio lugar a una revolución cultural que culminó con el final del teocentrismo para que el hombre por fin se fijase en el propio hombre, lo que representó el advenimiento de la modernidad.



Las aportaciones de Cajal, de cuyo laurel científico se ha cumplido recientemente el centerario, y el posterior desarrollo de las neurociencias provocaron que el concepto tradicional de alma deba ser revisado, muy a pesar de la opinión de la religión dominante en occidente, tomada del platonismo y del pensamiento pitagórico (no en vano la trinidad y el Tetraktos son representados por el mismo polígono regualar).

Estos dos ejemplos nos hacen pensar que la ciencia no es algo ajeno al hombre, y que por lo tanto el científico no se ajusta al arquetipo tópico de que se encuentra desconectado de la realidad y de espaldas a la al mundo, cultivando su jardín tras altos muros. Cada uno de los grandes cambios en el pensamiento humano y en la evolución social del hombre se puede contrastar con las distintas revoluciones científicas que han tenido lugar a lo largo de la historia de la humanidad.

Ciencia es conocimiento, conocimiento es desarrollo, desarrollo es progreso y progreso es modernidad. Enfrentar la realidad con espíritu científico debe implicar la pretensión de conocer la verdad (o una porción de la misma), de forma clara y distinta… y la negación de esta posibilidad es cerrarse a la esperanza de saber.

En este sentido, la idea de iluminar a la humanidad a través de la sabiduría y de la virtud, a fin de que logre su felicidad, principios que nos mueves, pasan, sin lugar a dudas por el desentrañar los secretos de lo macroscópico y de lo microscópico… escudriñar el universo en busca de la evidencia… y con ella explicar el hecho. Este viaje apasionante debe consistir en la transformación del mito en evidencia y de lo esotérico en ciencia, desentrañando enigmas que deben convertirse en explicaciones científicas.



Sin embargo, hay un aspecto que la ciencia nunca ha sido capaz de abordar. Este es el hecho de que el humano, como ser consciente de su existencia no deja de ser un universo en sí, y que está obligado a fundirse con su entorno. El humano es un todo en el que debe integrase un mundo interior y un mundo exterior que debe reconciliarse y cooperar en la búsqueda de la sabiduría y del conocimiento (y con ello de la perfección). Esta cooperación es necesaria para que se produzca una reconciliación entre los diferentes aspectos de la vida, que en la actualidad se encuentra compartimentados y que en muchos casos son la causa de la alienación del individuo en nuestra sociedad. Es imperioso que determinadas contradicciones existentes en la sociedad actual sean superadas. Aspectos como la ciencia, la tecnología, la educación, la ética, la moral, la política, el arte, la religión… la vida cotidiana… encuentre acomodo dentro del individuo, dándole una estabilidad necesaria para su desarrollo pleno entre sus iguales.

Sin lugar a dudas, el humano necesita una espiritualidad comprensiva, que abarque todos estos aspectos de la vida y de la realidad: por una parte, la aceptación del mundo y su estudio, haciendo uso de su mente, su curiosidad, su deseo de explicación y verificación… por otra parte, el conocimiento de uno mismo.

En este momento estamos viviendo en una sociedad que sistemáticamente niega todo aspecto no tecnicista… vivimos rodeados de ateos, apolíticos, amorales… La sociedad, incapaz de compaginar las dos vertientes del hombre, está arrinconando aspectos necesarios para que una sociedad sana se desarrolle en libertad.

domingo, 24 de enero de 2010

¿Los Zurdos somos más rápidos que los diestros?


Eso es lo que descubrió la Universidad Nacional Australiana (ANU). Y por rápido se refieren a la capacidad de procesar diferentes estímulos que tiene el cerebro, y no la velocidad de desplazamiento. Por ejemplo, estarían mejor preparados para pilotear un jet o para manejar y hablar al mismo tiempo. Según los estudios de la ANU, las personas que usan su mano izquierda principalmente, procesan el lenguaje con ambos hemisferios del cerebro, mientras que las personas que usan principalmente su mano derecha, únicamente procesan el lenguaje con el hemisferio izquierdo. El Dr. Nick Cherbuin, investigador principal de este estudio, llega a la conclusión que en la gente zurda la conexión entre ambos hemisferios del cerebro suele ser “más grande y mejor desarrollada”. Esto significa que tienen una cierta ventaja en el deporte, o en los videojuegos, ya que son capaces de enfrentar un alto volumen de estímulos, y también procesarlos más rápidamente al usar ambos hemisferios. Es como decir que la gente diestra usa un solo procesador, mientras los zurdos son duales. Si un hemisferio esta sobrecargado, el otro balancea la carga. Adicionalmente si un hemisferio empieza deteriorarse con la edad, el otro puede apoyar.

sábado, 23 de enero de 2010

La Piedra Filosofal


La piedra filosofal es una sustancia que según la alquimia tendría propiedades extraordinarias, como la capacidad de transmutar los metal en oro. Sus orígenes parecen estar en una antigua teoría alquímica que proponía analizar los elementos Aristotélicos (fuego, tierra, agua y aire) en términos de sus cuatro cualidades básicas (calor, frío, sequedad y humedad). El fuego sería caliente y seco, la tierra sería fría y seca, el agua sería fría y húmeda y el aire sería caliente y húmedo. La teoría propone que cada metal es una combinación de los cuatro principios.

De ella se desprende el fenómeno de transmutación, es decir, el cambio de la naturaleza de un elemento en función del cambio en sus cualidades.

La piedra filosofal era algo ansiosamente buscado y codiciado porque se le suponían virtudes maravillosas, no sólo la de conseguir el oro sino la de otorgar la inmortalidad. Para la fabricación de oro se buscaba un material que facilitase la mezcla de mercurio y azufre porque se suponía que ese era el camino acertado. A partir de esa mezcla hallarían el noble metal. Estos dos aspectos están relacionados, una característica del oro es que no se oxida a diferencia de otros metales, es decir el oro es "inmortal" por lo tanto si descubrían como formar oro a partir de metales vulgares, tal vez podrían hacer que el pobre cuerpo mortal se volviera inmortal.

La leyenda "oficial" de la piedra filosofal es mucho más oscura de lo que aparenta, ya que se dice que la persona que la posee, puede transmutar todo tipo de objetos en oro, pero su uso constante hace que de a poco la persona que la use vaya, casi sin advertirlo, convirtiéndose en oro, esto seria un castigo al abuso de los poderes de la piedra, y a la codicia de la persona...

Por otra parte se afirma que el "lapis philosophorum" era simple y llanamente el conocimiento, esto podría explicar también la parte de "filosofal" y lo que se buscaba era realmente la ciencia pura, después de todo se ha logrado crear oro en aceleradores de partículas como en el CERN (aunque energéticamente es un proceso significativamente desfavorable).



"Fac ex mare et fœmina circulum, inde quadrangulum, hinc triangulum, fac circulum et habebis Lapis Philosophorum. (Epigramma XXI. De Secretis Natura)

viernes, 22 de enero de 2010

Visita Ineriora Terrae Rectificando Invanies Occultam Lapidem




En la sociedad actual, donde determinados aspectos del pasado se encuentran mitificados, surge la duda de que y quienes eran los alquimistas. Se plantea la cuestión de cual era el objeto de su búsqueda y ... por supuesto ... qué llegaron a saber y qué lograron encontrar. Así mismo, como químico, cabe también otra pregunta clave sobre si la esencia de la alquimia (como arte) se mantiene en la química moderna (como ciencia).

En este sentido debemos comenzar por el principio. Debemos iniciar un proceso ab initio buscando un hilo conductor. Y este nexo se establece en el concepto de transformación, ya que, sin lugar a dudas, uno de los primeros fenómenos que intrigaron al hombre primitivo fue la transformación de la materia. Cualquier mente curiosa que despierta a su entorno observará y se preguntará por qué la materia cambia. Cualquier humano que despierta a su entorno se maravillará al observar como una nube se transforma en agua, observará como el agua dulce se transforma en salada, analizará como la semilla se transforma en planta o analizará como la flor se transforma en fruto … y el hecho de algunos de esos frutos en unas condiciones determinadas se transformases en un embriagador licor no solo despertó un rudimentario espíritu científico sino que también otro tipo de pasiones.

Estos fenómenos naturales de transformación fueron objeto de estudio pero, sin lugar a dudas, la observación de estos cambios en la materia indujo al humano la necesidad de indagar en la posibilidad de ser capaz de inducir cambios en la materia o acelerar dichos cambios, y en este sentido el fuego dio lugar a una pequeña revolución ya que las transformaciones producidas por medio del fuego daban resultados casi inmediatos. Y con el dominio del fuego, el hombre primitivo comenzó a hacer experimentos para transformar materias. La combustión de la madera (que se transforma en ceniza, humo, y desprende luz y calor), el asar carne (proceso que nos sigue gustando hasta nuestros días), el cocer ladrillos y hornear alfarería fueron pasos clave en la exploración emprendida por el humano.

Mas tarde, por medio del fuego se purificaron, moldearon y alearon minerales, como el cobre, la plata y el oro. La transformación se logra por el fuego. Y con las civilizaciones que se desarrollaron en la China, Mesopotamia y Egipto, los artesanos llegaron a producir transformaciones en materias, que llegaron a ser colorantes, drogas, vidrios, lentes, barnices, perfumes y metales.

Y de la experimentación se paso a la teorización, porque el que puede explicar lo que sucede, no es solo un visionario, sino que es dueño del secreto que le permite dominar el fenómeno y repetirlo. El dueño del secreto puede deducir de ese conocimiento, otros logros. Sin embargo en este tiempo, las explicaciones teoréticas sobre los fenómenos químicos, eran de carácter místico o mágico.

Y en este momento irrumpen en escena los antiguos griegos. Ellos casi no agregaron nada a las practicas de química que heredaron de las viejas civilizaciones vecinas, pero en cambio, refinaron las explicaciones teóricas sobre las transformaciones que observaban, ya sea en la naturaleza, ya en los talleres de los artesanos. Su gran logro fue reconocer el cambio como un fenómeno universal.

Aristóteles, en el siglo IV antes de la era moderna, formuló una teoría, que predomino en el pensamiento científico por casi 2000 años. En su teoría postulo que existe una materia primaria y 4 cualidades. Las cualidades son: calor, frío, humedad y sequedad. Según las cualidades que se impregnen en la materia primaria, así se producirían 4 elementos. Los elementos son fuego (caliente y seco), aire (caliente y húmedo), tierra (fría y seca) y agua (fría y húmeda). Todas la materia era el resultado de una combinación de esos elementos en diferentes proporciones. Así la combinación adecuada de los 4 elementos con las 4 cualidades, permitiría la síntesis de lo que la voluntad desease (por ejemplo oro). Mas tarde, Aristóteles agrego un quinto elemento, éter, al que definió como la sustancia perfecta. Este, sería el elemento del cual se compondrían los cuerpos celestes.

Y junto al gran Aristóteles, otros nombres surgen de la historia con teorías que se aproximan mucho de forma cualitativa a las ideas que hoy cimientan a la química moderna. Demócrito y Leucipo plantearon que la materia estaba compuesta de partículas indivisibles que llamaron átomos. Estos átomos se encontraban en constante movimiento y la transformación de la materia era fruto de la colisión entre estas partículas. No debemos olvidad que en 1808, Dalton retomaba el concepto de átomo y que en los años 20 del siglo pasado la Teoría de Colisiones constituyó la primera explicación plausible del proceso por el que se produce una reacción química.

Pero retornemos a la época clásica, y allí, luego de innumerables experimentos de transformación de los materiales, nació junto con las diversas teorías, la idea de la transmutación. O sea, no solamente transformar materiales, darles otra forma, purificarlos, separarlos de impurezas, sino transmutar (cambiar) un elemento, en otro elemento. Y en este contesto nace la alquimia, que es la antigua pseudociencia que trataba de transmutar metales básicos en oro y de descubrir una cura para todas las enfermedades, o la manera de prolongar la vida indefinidamente.

Los astrólogos creían que toda actividad humana estaba profundamente influenciada por los cuerpos celestes (el Sol, la Luna, las estrellas). Según los astrólogos, los alquimistas tendrían que aguardar una configuración favorable de los cuerpos en el firmamento, para que se produjeran sus transmutaciones en los metales. La influencia astrológica llego a atribuir a cada metal su cuerpo celeste del que provenía, o sea: el oro del Sol; la plata de la Luna; el cobre de Venus y el hierro de Marte.

El alquimista llego a ser un personaje reconocido en la escena europea. Eran requeridos y financiados por reyes y nobles, quienes tenían la esperanza de aumentar sus propios recursos.

Con el correr del tiempo, símbolos y alegorías alquimistas se hicieron extremadamente complejos. Y de la búsqueda del oro, los alquimistas pasaron su atención a la búsqueda de medicinas. Un líder de este movimiento fue Philippus Aureolus Bombast von Hohenheim, conocido para la posteridad como Paracelsus, (1493-1531), quien fue el primero en Europa en mencionar el zinc y en usar la palabra “alcohol” refiriéndose al “espíritu del vino”. Creó controversia en su tiempo porque condeno completamente la ciencia y la medicina tradicional, sosteniendo el concepto, nuevo, de que las enfermedades se producen por agentes externos que atacan al cuerpo y no por un desequilibrio interno de los fluidos corporales y mentales. La terapia tendría que estar dirigida contra esos agentes externos de la enfermedad, y sostenía que había que usar para ello medicinas basadas en experimentos químicos, o alquímicos. Este cambio fue clave en la trasformación de una pseudociencia en la ciencia moderna que es ahora.

A partir de este momento las investigaciones científicas se fueron acelerando y acumulando con el paso de los siglos, llegamos al conocimiento actual –que, si bien esta lejos de los conocimientos antiguos, también lo está todavía de ser capaz de explicar todos los secretos que aún escode el universo.

Y sin entrar en detalles científicos, dejemos sentado ya el hecho de que, el sueño de los alquimistas de la transmutación de elementos y en especial, de transformar plomo en oro, esto es provocar un cambio en el numero atómico de un átomo se ha logrado en el corazón de un reactor nuclear. Se ha logrado así preparar artificialmente todos los elementos conocidos, así como mas de 1500 radioisótopos que tienen gran valor medico y de uso industrial. O sea, que el sueño del alquimista es posible y se ha realizado: metales básicos se pueden convertir en oro. Es una pena, sin embargo, que el precio de energía requerida excede el precio del preciosos meta.

Pero los alquimistas buscaban algo más, algo que se se encerraba en la sigla VITRIOL (Visita Ineriora Terrae Rectificando Invanies Occultam Lapidem). Esa piedra oculta era la Lapis Philosophorum -Piedra Filosofal-, que representaba la sustancia pura que permitiría no solo la transmutación de los metales, sino que habría la puerta a la inmortalidad. Figuras casi desconocidas hoy en día Nicolas Flamel (1330-1413) –popularizado en las obras de fantasía que narran las aventuras de Harry Potter- brillan en el trabajo de esta búsqueda. La tradición llega a decirnos que Flamel era capaz de crear homúnculos mediante la palingenesia de las sombras (crear un cuerpo astral, animal o vegetal).

Evidentemente, el hombre no ha conseguido la Piedra Filosofal que le permita la síntesis de la Panacea Universal, pero si es un hecho que en este país en 1900 la esperanza de vida era de 35 años y en el año 2000 se cifra en 86. Esto significa el humano más que ha doblado el tiempo que tribula por nuestro planeta en los últimos cien años.

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